A few months ago the Spanish writer Sergi Bellver sent me article that had a great list of living short story writers. I’m now getting around to posting it. Many of them I’m familiar with, but there are some news names here that are worth exploring. Many of them, of course, are not in translation. One can always hope.
I’ve mentioned Matute, Fraile, Tomeo, Zúñiga, Cubas, Hipólito G. Navarro, Eloy Tizón, avier Sáez de Ibarra, and Ángel Zapata in these pages, especially my article that appeared in the Quarterly Conversation on short story writers.. A quick search will bring you my thoughts about any of them. But there are so many more.
Recomendaría a mi impaciente compadre y a cualquier lector latinoamericano que comenzara leyendo a Matute, Fraile, Tomeo, Zúñiga o Cubas, pero si pudiera facturar en una maleta veinte kilos de libros para que se hiciera una idea atinada del cuento español del siglo XXI, empezaría sin dudarlo por Hipólito G. Navarro, bicho raro y luminoso como El pez volador (2008). Si de luz hablamos, añadiría enseguida Técnicas de iluminación (2013), de Eloy Tizón, el libro de relatos ―en― español más inspirado de los últimos años. Me arriesgaría en la aduana con la eterna búsqueda de Javier Sáez de Ibarra en Mirar al agua (2009) y el material inflamable de La vida ausente (2006), de Ángel Zapata. Para compensar, incluiría a tres narradores puros, como Gonzalo Calcedo, Jon Bilbao y Óscar Esquivias, pero dudaría qué título elegir de cada uno, aunque creo que me decidiría, respectivamente, por La carga de la brigada ligera (2004), Como una historia de terror (2008) y Pampanitos verdes (2010). En una esquina, bien protegidos, colocaría Museo de la soledad (2000), de Carlos Castán; Los peces de la amargura (2006), de Fernando Aramburu; Leche (2013), de Marina Perezagua; y Ocho centímetros (2015), de Nuria Barrios. Y en la otra, para combatir el dolor, pondría analgésicos del tipo El camino de la oruga (2003), de Javier Mije; Llenad la Tierra (2010), de Juan Carlos Márquez; El mundo de los Cabezas Vacías (2011), de Pedro Ugarte; Una manada de ñus (2013), de Juan Bonilla; Mientras nieva sobre el mar (2014), de Pablo Andrés Escapa; y Hombres felices (2016), de Felipe R. Navarro. No me dejaría unos cuantos libros brillantes sin los que cojearía la maleta, como El hombre que inventó Manhattan (2004), de Ray Loriga; Bar de anarquistas (2005), de José María Conget; Gritar (2007), de Ricardo Menéndez Salmón; Estancos del Chiado (2009), de Fernando Clemot; No es fácil ser verde (2009), de Sara Mesa; Antes de las jirafas (2011), de Matías Candeira; La piel de los extraños (2012), de Ignacio Ferrando; y El Claustro Rojo (2014), de Juan Vico. Para romperle la cabeza a quien pretendiera requisarlos, cubriría el conjunto con Alto voltaje (2004), de Germán Sierra; El malestar al alcance de todos (2004), de Mercedes Cebrián; Breve teoría del viaje y el desierto (2011), de Cristian Crusat; y Los ensimismados (2011), de Paul Viejo. De contrabando irían algunas sustancias extrañas y adictivas como El deseo de ser alguien en la vida (2007), de Fernando Cañero; Nosotros, todos nosotros (2008), de Víctor García Antón; Órbita (2009), de Miguel Serrano Larraz; Los monos insomnes (2013), de José Óscar López; y Extinciones (2014), de Alfonso Fernández Burgos. Creo que la maleta ya reventaría a estas alturas, pero para que mi interlocutor imaginario no se quedara con las ganas buscaría hueco y le daría una oportunidad a alguno de los primeros libros de relatos de jóvenes como Aixa De la Cruz, Mariana Torres, Juan Gómez Bárcena, David Aliaga, Raquel Vázquez o Almudena Sánchez. Estoy seguro de que la compañía aérea me hará pagar por exceso de equipaje, y de que camino del aeropuerto olvidaré algún buen libro, como acabo de hacer ahora. Habrá sido el mezcal de mi compadre.